viernes, 31 de julio de 2009

27. El pozo costero


No soy claustrofóbico pero meterme en los pozos durante la noche como un topo compartiendolo con otro compañero, para no perder frío, no es de las situaciones que más me satisfagan.
La cena muchas veces era un buen jarro de té bien azucarado. Una noche, me toca con un aprendiz de unos 20 años, primer embarque, alto, grandote. Yo, con las dos manos averiadas, entro en primer lugar, como si fuera en un túnel con el fondo del pozo como un respaldo, medio acostados. Mi compañero, a continuación, apretados para pasar como 8 horas en ese pozo. Se movía, me golpeaba la mano, lo advertía, se volvía a mover, me golpeaba nuevamente. Los que me conocen, saben que en mi juventud, no tenía demasiadas pulgas. Aplicando un viejo axioma militar, aprendido durante la colimba ,"lo que no entra por las orejas, entra por los pies", lo pateaba para que se quedara quieto. Cuando estaba casi dormido, todo un logro, aún para mi, lo escucho: "Quiero hacer pis".
Huelgan comentarios de lo que esa noche fue.

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