domingo, 2 de agosto de 2009

34. El regreso es poco a poco

Se vuelve poco a poco, el recuerdo de la guerra, como Dios es omnipresente. Te marca, te marca en una forma invisible para muchos y clara para otros, solo hay que conocer los signos. Hay momentos de expansión, otros de profunda angustia. Otros de creer que se salió con éxito, otras de haber fracasado terriblemente. En otros un deseo de resolver bien, lo que se hizo mal, de tener una máquina del tiempo para que el resultado fuese otro, para tratar de comprender el porque de una reacción y no otra.
¿Cómo se hace? ¿Se duerme?¿Se habla?¿Quién entiende de los qué no vivieron una guerra, lo que uno siente? Debe haber gente así, que comprenda, que ayude a salir de eso.
Siempre está el inefable tiempo que todo lo soluciona, mal o bien, ¿qué es mal o bien en este caso?, ¿Es esperar qué se pase, si no se piensa, si no se habla, no se soluciona. A veces se puede hablar, muchas veces no. Hay recuerdos que se reviven a diario, otros que es muy difícil que aparezcan. Es una lucha interior, fuerte, intensa, difícil. Difícil de explicar.

Mientra escribo y mientras pienso en los recuerdos, me doy cuenta que esta parte de la supuesta posguerra, es en realidad una continuidad de ella. La guerra no termina cuando salís del campo de batalla y las acciones terminaron. La guerra sigue, sigue con uno, sigue en los demás que no pueden entender porque cambiaste o que es lo que a uno le pasa, pero en la guerra para poder sobrevivir, internalizás conductas que actúan a nivel medular, casi en forma instintiva y por eso continuás actuando a ese nivel.
Me ha pasado de estar caminando, vestido de traje y con portafolio, yendo al puerto desde Retiro y al sentir el paso de un avión civil de origen inglés, el viejo BAC OneEleven, con turbinas similares a las del Harrier, agazaparme y buscar cubierta apenas lo escuchaba. ¿Cómo lo explicás? ¿Cómo se transmite lo que se siente en ese momento?
No nos dejaron hacerlo, no nos dieron ninguna ayuda para sobrellevarlo, nos dispersaron, la guerra seguía, y probablemente sigue, en el interior de cada VGM. No teníamos la contención del grupo de pertenencia a esa situación, porque los que están con nosotros y no estuvieron en combate, no saben realmente lo que se siente y vive. Algunos tuvieron suerte y la familia y los amigos les dieron una contención cercana a la necesaria, otros no, y solos, rodeados por el enemigo y sin las características de una "tropa especial infiltrada" en la sociedad, quizás no pudieron superar la nueva experiencia de vivir como antes de y podría ser motivo de terminar con su vida. Lo hablo de los sentimientos y experiencias personales. A lo mejor hay alguno que comparta esta explicación a algo tan doloroso como el suicidio.

No nos sentimos derrotados, porque sobrevivimos y vimos los que se hacía bien y lo que se hacía mal, pero no lo podíamos transmitir y si lo hacíamos no creían lo que contábamos. Otros se regodearon en ver solamente lo malo de la guerra, exacerbándolo. No es que en la guerra haya cosas buenas, no las hay. Si, existieron buenos momentos, en su total y completa relatividad del entorno y la circunstancia, que nos permitían llevar juntos los pésimos momentos que se sucedían. Eran un oasis, rodeados de malos momentos cotidianos, pero si no pudimos elaborar correctamente lo sucedido, lo sufrido y lo aprendido nos quedamos en lo malo, que es mucho más fácil de percibir.

Tanto o más doloroso que la guerra en si misma fue la posguerra, donde no podíamos decir que eramos excombatientes fuera de ciertos ámbitos de confianza o amistad, eras un loquito perdido que se podía descompensar en cualquier momento, o un pobre chico de la guerra, víctima de unos malvados hombres que, por ser militares de carrera, eran todos malos. Ni una cosa, ni la otra.

Me fue mejor que a otros, gracias a mi familia, mi novia y esposa, en especial y mis amigos, pero todavía quedan heridas, 27 años después y no son las del cuerpo, las que más duelen.

33. El tratamiento

Una vez llegado a casa, el recibimiento de mis padres, me ven con la mano vendada y les cuento. Tengo que ir al médico. "Llamalo al Capitan Radivoj, (Gerente de Operaciones de ELMA)
Los viejos sabían que estabamos volviendo porque les habían avisado a través de un amigo que estaba en Puerto Argentino.
Lo llamé a Radivoj, me preguntó como estaba y le dije que un poco averiado en una mano, le conté brevemente. "Vaya al Sanatorio, pregunte por el Dr. Cervio, el director que lo va a estar esperando".
Allá fuimos con la Vieja hacia el Sanatorio de ELMA, en la calle Gral Urquiza entre Independencia y Estados Unidos. Pregunté por el Dr. Cervio y ahí estaba esperándome. Charlamos, me lleva a traumatología con los Dres. Moya y Texier. Ahí nomás, deciden llevarme a quirófano para hacer una toilette quirúrgica.
Alfredo Texier me anestesió con una peridural y empezamos a hablar con Moya y con Alfredo, mientras me limpiaban las heridas.
Ahí aflojé, lo que no había aflojado en todos los días que había estado ahí. Todavía se me llenan los ojos de lágrimas mientras lo recuerdo y lo escribo. Lloré y lloré con toda la angustia de lo que había pasado mientras Moya me contenía y Texier actuaba sobre mi mano. Me querían dejar internado, me negué firmemente, lo último que quería era dormir fuera de casa. Lo entendieron.

Regresé a casa y me metí en la cama, descansé entre sábanas limpias, en pijama, en mi hogar. Una sensación deseada, necesaria.
Marcelo Lamas vino por por la noche, a pedir disculpas porque no sabía que realmente volvía de las Islas.
Empezaba otra parte de la historia.

32. El regreso



Ya era el 6 de junio por la noche, nos encontrábamos frente a Puerto Santa Cruz, nos vienen a buscar los helicópteros. En este caso, un Sea King de Helicópteros Marinos, una compañía privada argentina. Ahí subimos y por ahí, nos llevan. Alguien pregunta si sabíamos algo del Teniente Luna. ¿De quién Luna? Si, les digo está en la costa occidental de Gran Malvina con unos kelpers después que se eyectó. ¿Cómo lo sabés? Hablé con él por radio, les contesté. ¿Cómo? Hablamos por la red de radio de los isleños, una mañana. Una mañana de Mayo, un soldado me viene a buscar porque sonaba algo en una casa y le pareció que podía interesarnos. Fui, era un equipo de Radio (BLU), que no se había sacado. Respondo el llamado y hago que el soldado buscase al Jefe de la Ca. Ahí nos enteramos que Luna, estaba a buen recaudo con los kelpers.
Si mal no recuerdo, lo fueron a buscar con un helicóptero desde Puerto Argentino.

Cuando llegamos al aeropuerto de Puerto Santa Cruz, me hicieron hablar con unos oficiales de Fuerza Aérea, y después, embarcamos en un Fokker F-28 de la Armada, una fila de asientos, el resto libre. Ahí me fui con la muchachada al fondo, amontonados como bosta de cojudo, decían en la colimba. Aparece el Pelado Robelo, con su clásica pregunta ¿Qué hacés ahí?. Todavía no tenía ni la confianza, ni el ánimo para dar la respuesta que habitualmente doy en estos casos y que corta rápidamente el interrogatorio. Ellas son: cagadas o boludeces. Son casi mágicas. El Pelado insistió, Estás herido, tenés asiento. Estoy fenómeno acá. Asiento. Ahí fui, la verdad es que en la cola del avión estaban todos los divertidos, igual que en las aulas.

Eran como la 0100/0200 y despegamos rumbo a Ezeiza, previa escalas en Trelew y Bahía Blanca. Así fue como la mañana del 7 de junio de 1982 lleamos a la Base Aeronaval Ezeiza, ¿alguien conocía de su existencia? Pues ahí está, cerca de donde está la garita antes de entrar en el último tramo de camino al Aeropuerto Internacional.
Desembarcamos, tomamos nuestros petates y nos juntaron en un salón para aleccionrlos sobre que podiamos decir y que no era conveniente obviar.
Miro, y ahí lo veo a un Oficial que había sido Comandante del Aviso Somellera, cuando la regata Buenos Aires - Río de 1977 y que me habían llevado como representante del Club Organizador. Ahí empecé con la radio que me llevó luego a la ENN.
"Buen día, Señor"
Me mira con cara extrañada.
Elizalde, Regata a Río, Somellera, su representante del club organizador"
¿Qué hace por acá?
Vengo de las Islas, del Carcarañá.
Uh, suerte, me alegro de verlo.

Nos meten arriba de un micro, cuyo destino era, Retiro y Constitución. Salimos a la Riccheri, y uno de los salvajes, que no era unitario, gritó: Mujeres!.
Era cierto hacía casi 45 días que solo veíamos hombres, no lo podíamos creer estábamos en Buenos Aires, conseguimos que el micro parara en Puente Saavedra. Ahí me bajé, sin plata, vestido de verde, con barba de casi 40 días, 15 kilos menos, con una valija desvencijada en una mano y la otra enrollada en un vendaje cubierto por una bufanda azul.

Paro un taxi, le doy el destino, le cuento, no lo podía creer el taxista, le dije que me esperara que buscaba plata para pagarle.
Justo baja un amigo, Marcelo Lamas, lo encaro:
-Marcelo, prestame guita para pagar el taxi que no tengo.
-Ehh, ¿qué pasa venís de la guerra?
- Si, boludo, vengo de la guerra, ¿tenés o no tenés?
-Tomá. Me dió lo necesario, le agradecí, le dije después bajo a tu casa y te la devuelvo.
Él se fue a trabajar y yo a la casa de mis viejos.
Toqué el timbre.
¿Quién es?
Pancho

-Volviste.

Si, había vuelto.

31. Hacia el continente


No lo podía creer, después de la ducha, cama, comida caliente, nos tomamos un vino con un Maquinista del Isla de los Estados, que se quedó en el Buen Suceso que se volvía con nosotros. Hasta el Termidor era un lujo. Luz, en el buque hospital había luz por doquier.
Voy al camarote, era para cuatro. ¡Qué lujo de compañeros, por Dios! Verdaderos hombres. Dos subtenientes de Ejército, Peluffo y Aliaga. El tercero, Teniente de Fuerza Aérea, Lucero, cazador, piloto de Skyhawk.
Nos presentamos, Lucero y Aliaga en cama, Peluffo, mal herido pero en pié, duro el correntino. Una maravilla de persona y ya van a ver porque.

Aliaga no parecía muy alto, tenía una herida que le atravesaba la espalda desde la base del cuello hasta el riñon del otro lado, consecuencia de un ataque con morteros a su puesto comando.

Peluffo tenía una herida en la cabeza porque le habían volado parte del temporal y el parietal, todas las noches le hacìan una curación que implicaba quirófano.
El tercer compañero de camarote era Lucero, aviador.
Los tres venían de ser trasladados desde el buque hospital británico Uganda. Los habían tratado y cuidado muy bien.
Lucero fué derribado durante un ataque sobre la flota en San Carlos, tenía luxada las dos piernas. Empezamos a hablar. Me acuerdo todo lo que me contaba y eso que pasaron
Le pregunto:
- ¿Cómo fue?
- Estaba atacando la flota en San Carlos, el 25 de Mayo, paso entre las fragatas, me responden el fuego y cuando entro a ver el instrumental me doy cuenta que el avión va a estallar. Me eyecto y al eyectarme así como venía se me abren las dos piernas y se me luxan las articulaciones de la cadera.
- Fragatas, ¿grandes o chicas?, pregunto estúpidamente.
- Para mí eran todas grandes porque me tiraban hasta con los ojos de buey.
Sigue el relato:
- El asiento tiene un sistema para soltarse, pero no accionó y caí al agua con todo ese peso. Estaba tratando de soltarme, medio desesperado, cuando siento un golpe en el casco, en la cabeza. Miro medio para atrás y me encuentro con un soldado inglés parado en una lancha de desembarco con la compuerta baja. Mientras tanto el ataque nuestro, seguía. El inglés me hace señas y yo le hago señas para que cortase con un cuchillo los cinturones de seguridad. Él preguntaba por el arma, hasta que entendí y le mostré la sobaquera donde llevaba mi arma. Me la sacó y recién ahí cortó los cinturones de seguridad. Me levantó como una pluma y me arrastró por la rampa hasta la popa de la lancha. La rampa tiene maderas atravesadas para apoyarse al desembarcar, no sabés lo que me dolió mientras me arrastraba. Todo esto entre medio del fuego de los buques, los aviones, las tropas en tierra. Arriesgando su vida por mi.
Me llevaron a tierra, y me atendieron en un hospital subterráneo que hicieron en San Carlos. Siempre buen trato y buenos cuidados por ellos. Una noche, nuestros Canberra bombarderon la zona y uno de ellos me dijo "Mucha gente la está pasando muy mal, ahí afuera. Después me trasladaron al Uganda y después de unos días, me trasladaron al Paraíso.

Ahí estábamos los cuatro reunidos fortuitamente, relatando a los demás, curiosamente curiosos, sobre lo vivido por otros.

Con el otro que pude hablar más fue con Peluffo, estaba en la 2da línea de la defensa de Darwin. El fuego inglés pone en retirada a la primera línea argentina. Peluffo queda en primera línea en un pozo y con un FAP, deteniendo el avance hasta que al final lo hieren en la cabeza. A la mañana se levantó y me dice: Pancho acompañame a la bodega que vos saber caminar en el barco, asi visito mis milicos. Allá íbamos, él con su turbante quirúrgico y yo con mi mano averiada a visitar a sus milicos heridos.
En una de esas recorridas, me encuentro con un médico y lo miro, le digo :¿Camba?. Si, me dice, mirándome extrañado. Yo era el cocinero de tropa cuando vos eras el médico de San Jorge en Campo de Mayo. San Jorge era una caballeriza que incluía al Hipódromo de Trote de Hurlingham, dependía del Comando de Remonta y Veterinaria del Ejército. Ambos eramos conscriptos.
Nos saludamos y cada uno siguió por su camino.