Desesperado el hombre estaba en su
pozo esa noche de Junio, agazapado. No se oía nada. En la profundidad de la
noche mientras estaba oculto, el silencio era, extrañamente, absoluto. Raro,
muy raro que en una noche de Junio el silencio fuese tan profundo. Habían
combatido todas las noches anteriores y esa noche, hasta el momento, no había
combate.
Tenía una preocupación, había algo que
lo tenía muy inquieto, justo esa noche, que no presagiaba nada bueno en la
proximidad del combate cuerpo a cuerpo. Él tenía
inquieto y quejoso a su intestino. Ese intestino traicionero, ligado a su
mente., activo, efervescente Justo esta noche, no. Si, justo esta noche, si.
Esta noche, la reputísima madre, estaba con gases.
Gases
de origen muy natural, entre el alimento y la tensión de la situación, junto a
la intervención quirúrgica que le desmejoró notablemente la digestión. Las
consecuencias, a la hora de procesar el poco alimento que ingería, eran
siniestras, insoportables, fétidas, insufribles. No había pituitaria en la compañía
que resistiera. El pozo, como buen refugio que era para el combate, no
ventilaba. No se podía renovar el poco aire que quedaba en el pozo desplazado
por esa soez mezcla de gases sulfhídrico, hidrógeno puro, extracto de caballo
muerto hacía 5 días. Ni abanicando.,.. que digo abanicando, una turbina de
avión se necesitaba para extraer ese vaho espeso, casi untuoso. Necesitaba una
pala para poder sacar lo que de su intestino salía en estado gaseoso.
Era
una palada de aliento del omnipresente Belcebú que provenía del mismísimo
Averno. Mezcla de azufre, hidrógeno, proteínas varias, no había forma de
disimularlo, ni diluirlo. Consistente, si había algo que tenían los pedos que
se le caían era consistencia. Era un milagro de la naturaleza que fuesen evacuaciones
en estado gaseoso. Estos pedos golpeaban, abrazaban, se encariñaban con uno
como si no hubiesen sido suficientes los retortijones intestinales, se quedaban
ahí, en fraterna compañía, como mimándote... según sus propios parámetros.
Persistente
y compañero, era difícil desprenderse de él, aún corriendo. Lo envolvía, lo
rodeaba, se expandía, se concentraba, tenía inercia. Si, inercia. Te ibas del
lugar del lanzamiento y regresabas a los 5 minutos y ahí seguía el pedo, muy
orondo, instalado como si fuese con derecho propio, decidido a quedarse, a
dejar su rastro en esta tierra.
Pensó
correrse unos metros, aliviarse sin pausa mientras algunos disparos marcaban el
inicio de un posible combate. Habrán sido patrullas las que se escuchaban en
combates no muy distantes.
La
solución era tratar de engañar al enemigo. Ir, tirarse tres, cuatro o cinco de
esos "sordos ardientes" esperar agazapado y cambiar de posición.
¿Podré
hacerlo? pensaba desesperanzado el emanador sulfhídrico. “No me van a ver,
estos hijos de puta pero me van a oler, la puta madre. Me van a oler...” ¿De
dónde viene el viento?
Por
ahí piensan que es una compañía de cagones, porque el olor jamás podría
pensarse que proviniese de un solo intestino. No había culo humano que pudiese
resistir tal ardiente ignominia en completa soledad. El cuerpo no es zonzo, y
afloja lo que tiene que aflojar para generar el menor daño colateral en caso de
herida en el combate.
Ahí
estaban en clan, en franca tertulia, el esfínter, el intestino grueso, las
nalgas desacomodadas, el calzoncillo empapado en sudor pese al frío pero acorde
a la tensión del momento.
Como
le habrá ardido el tujes en el momento de la partida de un "sordo"
que temía que el inglés tuviera visor infrarrojo
La
nube “in crescendo” saliendo de su trasero iba a verse como el sol en el visor
infrarrojo en manos de un inglés. Algo había que hacer para evitar una muerte
tan indigna. Morir “culo al norte” en las islas del sur, un oprobio. Si había
algo que le preocupara no era la Muerte si no como,
¿Meterse
en un pozo que tuviese agua? Si se enfriaba el culo, a lo mejor la nube del
pedo no se vería en el visor infrarrojo... Tenía miedo de no abrir bien las
nalgas para que estas no acompañasen el abrir y cerrar del esfínter cual
trompeta de Chet Baker a todo trapo. ¿El agua en el culo haría ruido? ¿Qué
pasaría con las burbujas al llegar a la superficie? ¿Harían ruido? La cantidad
de dudas y preguntas que podía generar su desesperación solo fue superada por
la generación de más gases en su intestino, en su florido incomprensible e
incompresible intestino. No podía comprender porque tantos gases se generaban
en su aparato digestivo, ni podía comprimir el culo para que no evacuasen, muy
inoportunamente, en ese preciso momento.
¡Mierda!
Lo único que deseaba en este momento, era un duelo de artillería para poder
largar todo junto. Viniese como viniere ese maldito pedo, solo o acompañado.
Ese pedo gritón que se le asomaba irreverente e insostenible.
A
lo lejos sobre el mar un fogonazo detrás del otro, el sordo retumbar del cañón
naval, el silbido del proyectil acercándose al blanco, la tierra que se
estremece bajo el impacto y el culo que se afloja largando todo, pedo y
compañía.
Seguían
cayendo las pepas del enemigo junto con la caída de los flatos de su maldito,
inconsolable y caprichoso intestino.
Inexplicable
para cualquiera que no fuera él mismo, la expresión de felicidad supina y
profundo alivio que expresaba su rostro con cada bombazo que caía cerca de su
posición.
Finalmente
la descompresión de ese maldito laberinto interno que era el puto intestino,
era completa, con o sin acompañamiento, el intestino evacuó.
Contento
y feliz, aliviado salió del pozo. Un proyectil de 7,62 mm le dió en el hombro
en ese momento de feliz descuido, lo tiró, lo hirió, lo revolcó.
No
hay nada que hacer después del pedo, siempre viene la cagada... pensó mientras
se desmayaba e iban en su auxilio.