sábado, 29 de marzo de 2014

Perdido en el cyberespacio, esto que escribí encontré: Mercantes.

Es duro el despertar
en la mañana Malvinera
metido en el pozo protegido,
el culo medio aterido
de tanto tiritar.

Empieza el día con mate o té,
según el intestino mande,
no sea cosa que al inglés
se le ocurra a los tiros pasar
rasante con su avión
mientras el pantalón
le hace cobija a los pies.
Difícil es correr en semejante situación.

El cuento no es de un soldado
curtido e instruido, es de un civil
desconocido por la gran mayoría
que la vida se jugó
sin posibilidad de defensa alguna
cumpliendo su promesa
de a la Patria servir
con su ciencia y su arte
de llevar la carga a cualquier parte
donde la tropa lo aguarde.

No escatimó el convite,
aunque viniesen degollando
fue así que un día que el
Río Carcarañá se despertó
encontrando, sin saber,
ese fin tan glorioso:
cumplió su cometido
hasta el último paquete.

Nadie se lo exigió,
pero viejo y cansado
muy bien tripulado,
honroso en el San Carlos,
entre fuego y explosiones,
sus días terminó.

Esto es parte de una historia
de muchos marinos mercantes,
que hasta el final colaboraron.
Dieciocho hombres murieron
trabajando sin cesar
en una lucha desigual.
El inglés tenía sus armas
y el mercante argentino,
ya que armamento no había,
tenía solo su habilidad
y la poca velocidad.

En una noche oscura,
de frente y sin escape
a la Alacrity encontró
Ante 15 impactos directos,
El Isla de los Estados, sucumbió.

Esta es la triste historia
de quien a fuerza de coraje,
esperanza y templanza,
su destino encontró
entregando todo,
ya que la vida ofrendó.